Aunque pueda parecer exótico, así fue. Entre los años 30 y 40 del siglo pasado el deporte de la cesta-punta echó raíces en la ciudad internacional de Tánger, cuando todavía no existía administrativamente el reino de Marruecos como tal.
Una villa que vivió de la modernidad aportada por la variedad de nacionalidades, etnias y religiones que convivían, fruto del estatus de internacionalidad del que gozaba por aquel entonces.
Y mi abuelo Joaquín tuvo el privilegio de formar parte del plantel de pelotaris, la mayor parte de aquellos años (algo tuvo que ver la guerra civil, para qué engañarnos). Una ciudad que acabaría acogiendo durante casi cuarenta años a este eibarrés, aventurero de la cesta-punta profesional. En El Tomoscopio de Mimbre más.