Mi retina aún conserva esas imágenes, casi furtivas, tomadas por la televisión española de 1984 en las que María Zambrano era ayudada a bajar del autobús lanzadera del aeropuerto, el día de su regreso a España desde Ginebra.
Recuerdo a mis padres algo emocionados delante del televisor fruto de la admiración hacia un símbolo de la intelectualidad que volvía del exilio.
Felizmente, cuatro años más tarde se produjo una mínima reparación hacia su figura al convertirse en la primera mujer que recibió el Premio Cervantes. Gloria que su delicada salud le permitió disfrutar sólo hasta 1991.
Hoy en día, su legado está depositado en el Palacio de Beniel de Vélez-Málaga, sede de la Fundación María Zambrano, donde puede uno intentar pasar un tiempo entre sus sueños. Y ojeando también la edición honorífica de El Tomoscopio de Mimbre allí depositada.
Otro día, más, sobre esta gran mujer.