Uno de los hilos conductores de la novela El Tomoscopio de Mimbre tiene su arraigo en las ingentes matanzas que se produjeron en el periodo entre 1915 y 1917 (aunque luchas intestinas hubo desde 1812 y hasta 1923) en esa zona del mundo que hoy está más en Turquía que en Armenia, como resultado de aquello. Concretamente en la comarca conocida como Marash.
El relato de la Historia nos tiene acostumbrados a que quien mejor maneja las claves de la visibilidad, consigue posicionar su oprobio como si de un sitio web se tratara de páginas de un buscador en la web. Y claro que fue «grave gravísimo horrible» lo sucedido en Alemania con la población judía. Pero la pregunta en este caso siempre acaba siendo, ¿y los armenios, y los gitanos, y los tártaros…? Porque la ONU en ese sentido es muy clara. Sin embargo, la tenacidad y memoria del pueblo armenio, gran parte de él en diáspora desde entonces, bajo el lema «si tanta maldad olvidasen nuestros hijos, que el mundo entero maldiga a los armenios«, ha mantenido vivo el recuerdo de aquellos sucesos.
Porque no es sólo que casi nadie ha querido acordarse de ellos. Es que hubo muchos interesados coyunturales en que no se mencionase nada de esto: unos por no molestar a Turquía, otros por no dividir el foco de atención en su propio genocidio.
En cualquier caso, a Francia y a la ONU ha venido a unirse recientemente el Papa Francisco etiquetando como genocidio el triste episodio armenio del que hoy se conmemora oficialmente su primer centenario.