Poesía: la lengua de los ángeles rebeldes.

José Ángel Valente

José Ángel Valente

Pepe Valente para los amigos. Otra vida forjada a golpe de exilio. Ginebra constituyó su segunda casa durante muchos años. Allí ejerció profesionalmente como traductor en la OMS (Organización Mundial de la Salud), para poder dedicarse el resto del tiempo a su oficio y pasión: la poesía. Y era bueno, muy bueno.

No sólo porque le concedieran el Príncipe de Asturias de la Letras y el Nacional de Poesía, a su regreso a España. Obtuvo algo mejor: el reconocimiento de lo más granado del mundo cultural hispanohablante del momento. Y por si fuera poco, también se erigió en «socorredor» de aquellos exilados que habitaban su zona geográfica como María Zambrano.

La única ocasión que tuve de visitar Almería capital, tuve la suerte de toparme sin querer con una calle dedicada a este gran intelectual de la escena nacional. Localidad que eligió para vivir la última etapa de su vida. Aunque debió volver a Ginebra, a ratos, para pelear contra la cruel enfermedad que acabaría llevándoselo por delante.

La madrugada en que falleció mi padre fue este verso suyo el que me vino a mi mente para acompañarme:

De ti no quedan más que estos fragmentos rotos,
que alguien los recoja con amor te deseo, los tenga junto a sí
y no los deje totalmente morir en esta noche de voraces sombras
donde tú, ya indefenso, todavía palpitas.

Una figura imprescindible en la poesía española de siempre.