En ocasiones mi abuelo Joaquín destapaba el frasco de las esencias, escapando por su boca alguna que otra anécdota de su trayectoria como pelotari. La que hoy me viene a la memoria es una en la que me contaba cómo Ricardo Zamora, el mítico portero de la selección española de fútbol, y por aquel entonces enrolado en las filas del Español de Barcelona, se acercaba de vez en cuando al frontón donde entrenaba mi abuelo para dar unos cestazos contra la pared junto a ellos.
Debo reconocer que no siempre daba máxima credibilidad a esos relatos aunque me divertía mucho escuchándolos. La sorpresa me la llevé un día que llegó hasta mí una fotografía de la época en la que el guardameta aparecía con una cesta enfundada en su mano derecha.
Se ve que el tiempo del selfie aún no había llegado, si no estoy convencido de que hoy podría ofrecerles una instantánea de mi abuelo junto a esa gloria futbolística y se hubiera dado cuenta de ello en El Tomoscopio de Mimbre.