Es cierto que la imagen de la izquierda es muy conocida, no hay duda. Sin embargo, no todo el mundo al que se le pregunta es capaz de acertar con el autor de este autorretrato.
El Tomoscopio de Mimbre, gran admirador de la figura del genial pintor, dibujante y grabador, Alberto Durero, encontró la ocasión para incluirlo en un momento mágico de la novela aunque fuese ya en sus postrimerías.
El «Apeles de las líneas negras», como lo definiera Erasmo de Rotterdam, y figura cumbre del Renacimiento Alemán, destacó por la minuciosidad en su faceta de observador del más recóndito detalle lo que confirió una enorme calidad al trazado de cualquier dibujo que salió de sus manos.