¿Quién de los que vamos rondando de largo ya la cincuentena no recuerda la odora bofetada que se producía al abrir ciertos armarios de casa? Las culpables no eran otras que unas bolitas que las mamás tenían costumbre de almacenar en los rincones de esos armarios, baúles o demás. Todo para preservar de las hambrientas polillas la ropa que requería menos trasiego.
En una ocasión alguien me contó sobre los efectos devastadores que unas cuantas bolitas de naftol (dicloro de benzeno), que es como lo denominan los químicos, podían producir en determinados seres vivos que no eran los habituales que rondaban por casa. Si alguno está interesado en descubrir el porqué de la presencia de la naftalina en El Tomoscopio de Mimbre no tiene más que acudir a la lectura de sus páginas. ¡No desprende olor, lo aseguro!