En mi época de estudiante de Informática en la Universidad de Sevilla vino a parar a mis manos una novela cuyo autor, el cubano Alejo Carpentier, me llamó siempre la atención por su peculiar acento al hablar castellano.
Debo reconocer que por aquel entonces me supuso un esfuerzo el tránsito lector por aquellas páginas repletas de descripciones y reflexiones. Pese a todo, obtuve la recompensa al llegar a ese curioso final que no me esperaba.
Años más tarde le di una segunda oportunidad y volví a leerla. Eso me permitió recorrer la novela con otra perspectiva; posiblemente por aquel entonces «no tenía edad para entender ciertos estados del alma», como dicen los orientales.