La figura de Juan Calvino se me empezó a atragantar ya desde joven. Todo se debió a una conferencia impartida por el profesor José Luis Aranguren en un Jerez de la Frontera de 1983. En ella nos explicó a los asistentes cómo la moral calvinista estaba en la base de la lógica económica que sibilinamente nos invadía procedente de la Anglosajonia.
Pero cuando terminó de caerme gordo del todo el personaje fue al tener conocimiento de la «fatua» que profirió contra Miguel Servet, por plantear éste que la razón tenía prevalencia de rango similar al dogma.
Resultado: otro gran intelectual ibérico pasto de las brasas. Y otro no menos importante, acabó formando parte de la novela El Tomoscopio de Mimbre.
Impresionante, ingenioso, como en cinco oraciones, Alex Tolon
describe un triste capítulo de la historia, incitando a buscar y leer
más. También hace recordar el casi un millón de quemados o
garrote vil en los seiscientos años que duró la «Santa Inquisición.»
Últimas palabras de Miguel Servet (quien descubrió la doble circulación de la sangre) «Arderé pero eso será un mero incidente.
Continuaremos nuestra discusión en la eternidad.»
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