La evangelización católica en Sudamérica no es precisamente un episodio del que sentirse orgulloso y si no que se lo pregunten a Bartolomé de las Casas, que puede dar buena cuenta de ciertos sucesos que sonrojarían al más pintado.
Pero puestos a buscarle un lado bueno a aquello, muchos de los religiosos que fueron enviados por esos lares acabaron dejando algo de su impronta y no siempre espiritual. Traigo a colación hoy la labor de «polinización» que realizaron los frailes euskaldunes aprovechando las paredes de las recién construidas iglesias, para dar rienda suelta a una de sus aficiones deportivas más significadas: la pelota vasca. Por eso no es extraño que, con sus altibajos, estos juegos vascos hayan perdurado en el Nuevo Continente tantos años después de la mal llamada Conquista.
Perú tampoco fue una excepción a este respecto y como bien se hace referencia en El Tomoscopio de Mimbre, Lima también ha tenido y tiene sus frontones con mayor o menor vida en el tiempo. Sin embargo, hay que reconocer que la cesta-punta no ha sido la modalidad más adoptada por los lugareños, aunque otras como la mano, pala y trinquete siguen plenamente vigentes.